A principios de este año, la Comisión Europea presentaba una Ley Europea de Chips con la intención de cuadriplicar, antes de 2030, la producción de semiconductores en nuestro continente. El objetivo: cubrir el 20 % de toda la demanda mundial de chips o microchips en ese año.
En ese mismo instante, a los 30.000 millones de euros ya previstos en los presupuestos de la Unión Europea hasta 2027, se añaden otros 11.000 millones de euros en inversiones públicas y privadas para proyectos realizados en territorio UE o a través de terceros con mercado directo en los países integrantes de la Unión Europea. El pilar central de estas ayudas era el de potenciar la investigación y desarrollo de tecnología avanzada relacionada con nuestro sector. Esto incluye pilotos y prototipos.
Y se están creando fondos específicos para ayudar a pymes emergentes del sector que puedan asentarse definitivamente y crecer. Pero, además, se va a destinar presupuesto a la construcción de plantas en todo el continente, ampliando así el concepto de financiación para proyectos de investigación. Se pretende que esos proyectos se formalicen.
Ursula von der Leyden ha hablado de “construir fábricas de primera generación”, en referencia a dar forma a las primeras fábricas capaces de competir realmente con Taiwán, Estados Unidos o Corea del Sur. En referencia a este último, dentro de este plan estratégico, se ha subrayado la importancia de que las ayudas puedan cubrir la diferencia en los costes de construcción ofrecidos por países como la potencia surcoreana (40 % de diferencia en costes de construcción de plantas y equipos).
Eso sí. Es importante señalar que esta nueva ley obliga a las empresas receptoras de ayudas que prioricen a los clientes europeos en tiempos de crisis o escasez de suministro.
Reducir la dependencia de terceros
La actual crisis en Ucrania y la pandemia mostraron la dependencia de terceros países para que muchas empresas pudieran suministrarse de los componentes necesarios. Hasta tal punto, que muchas de ellas tuvieron que paralizar sus líneas productivas. Por eso, los dos objetivos básicos de la Ley Europea de Chips son, principalmente, convertirse en referencia mundial en un mercado tan estratégico como el de la producción de chips, así como aumentar la resiliencia en posibles futuras crisis.
Las medidas parecen surtir efecto. Un gigante como Intel ya anunció su intención de invertir casi 100.000 millones de dólares en Europa para el próximo ejercicio.
No se trata de una estrategia agresiva contra la competencia. Se sabe que necesitamos originar nuevas alianzas con socios estratégicos, en países como Japón o Estados Unidos, pero teniendo presente la necesidad de reducir la dependencia de terceros para contar con una red productiva sólida y verdaderamente propia para materiales semiconductores y como competidor en producción de chips. ¿Supondrá un punto de inflexión y el final de la crisis de los microchips?