Un impacto de alto nivel para las cada vez más incesantes ambiciones tecnológicas de Pekín y, en particular, en la búsqueda del liderazgo mundial en microprocesadores de última generación. No se libra ningún prácticamente ningún sector de los vinculados a la producción de este tipo de microchips. Y es que los microchips, hoy en día, son un pilar esencial. Nos rodean en todo momento. Y los necesitamos para todo. Desde smartphones, coches con sistemas de automatización, procesos industriales de mecanizado CNC hasta equipamiento para el sector farmacéutico y médico o la ciberseguridad.
Y mucho más, como cualquier campo relacionado con la inteligencia artificial, la producción de semiconductores o la supercomputación, todo esto esencial para nuestro futuro más inmediato… y ya no digamos a largo plazo.
En cambio, las restricciones estadounidenses no afectan a los semiconductores menos avanzados que se utilizan en la mayoría de electrodomésticos o una gran parte de los automóviles.
Un golpe estratégico
Prácticamente, como si a modo de una declaración abierta de guerra tecnológica se tratase, las medidas anunciadas no tienen precedentes. Y son medidas totalmente estratégicas, más allá del ambiente hostil que pueda acarrear. El único precedente fue, bajo el mandato de Trump, ciertas prohibiciones a empresas concretas. Esto abarca mucho más, bloqueando y aislando a China en el mercado tecnológico del microchip, sino también bloqueando la exportación de cualquier tipo de maquinaria o herramienta que sirva para la cadena productiva.
Todo esto implica gran parte de los recursos que les ha permitido avanzar tan rápido en los últimos años, lo que implica que Estados Unidos recupere, del tirón, una gran parte de la ventaja perdida. Muy significativo. Quizás también para Europa.
Además, se prohíbe a los ciudadanos realizar negocios con fabricantes o distribuidores de producción china de microchips no autorizados, añadiendo sanciones particulares.
La Unión Europea, al acecho
Se devuelve el golpe sufrido tras la insuficiencia de materiales para producir microchips que hubo durante la pandemia. Pero esto puede ir más allá, impulsando la creación de una especie de telón de acero tecnológico entre China y el resto de países competidores. Sin ir más lejos, China es el principal mercado de semiconductores y el año pasado importó microchips por valor de casi 30.000 millones de dólares.
Toda esta situación afecta directamente a Europa. Y de forma positiva. Además, en un momento en el que también se está apostando muy fuerte por incentivar una red propia y autosuficiente para la fabricación de chips de antigua y nueva generación. No solo con fondos europeos para ayudas y subvenciones al sector, sino con legislación directa como la nueva Ley Europea de Chips. De forma indirecta, puede aprovechar una gran oportunidad para seguir escalando posiciones en sus objetivos.